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    PARASHÁ MISHPATIM: Aprovechando Nuestras Fuerzas

    Si hiciéramos una encuesta y preguntáramos: ¿cómo te consideras a tí mismo, como un Tzadik (justo), Benoní (moderado) o Rashá (malvado), el 90% de las personas respondería, moderado. La verdad es que todos se consideran término medio, nadie se considera malvado. Pero también es verdad que nadie se considera un santo, un justo. ¿Cómo puede ser que todos son término medio? ¿Le pregunto a un rabino y me dice que él se considera término medio, le pregunto a un amigo que es ateo y me responde igual? La respuesta es que nosotros nos comparamos con los que nos rodean. A uno le decimos que es un renegado porque come cochino en Yom Kipur, al otro le decimos que es muy fanático porque estudia Torá todo el día. Entonces, por descarte, somos término medio, no somos como este ni como el otro. Si les pregunto, si esta mesa es grande o pequeña, la respuesta de ustedes dependerá de cuál mesa usemos como parámetro de comparación. Pero la pregunta es: ¿Acaso la persona es medida en función de lo que hacen los demás? La respuesta que no. Cada uno de nosotros es medido en función de si mismo. La explicación de esto viene dada al final de nuestra Parashá cuando Moshé llegó a la cima de la humanidad, consiguiendo hablar cara a cara con Dios. El Rambam explica en las halajot de teshuvá, que cada uno de nosotros puede llegar a ser como Moshé, pero en otro lado está escrito que no habrá como Moshé. La explicación de esta ley dicha por el Rambam es: que de igual manera que Moshé logró utilizar sus fuerzas al máximo, logrando llegar a la cima de la humanidad, así cada uno de nosotros puede ser como Moshé explotando su propio potencial y llegar a alcanzar lo mejor. A pesar de que Moshé llegó a un nivel mucho más elevado que Aharón, ambos fueron considerados iguales, ya que ambos supieron utilizar el máximo de las fuerzas que Dios les otorgó.

    Esa es la respuesta a nuestra pregunta. La persona no es medida en función de los demás, sino que es medida en función de sus fuerzas y hasta dónde alcanzó a explotarlas. Es como si pusiéramos a competir al campeón de los pilotos de carros con el campeón de ciclismo. Ambos recorren la misma distancia. El piloto de carros lo hace en una hora y 9 minutos y el de ciclismo lo hace en una hora y 10 minutos. Lógicamente, no aplaudiremos al campeón de los pilotos de carros, aunque llegó un minuto antes que su rival, ya que sabemos que su potencial era mucho mayor al tener un motor que lo ayudaba. Así ocurre también con las personas. Cada uno recibe su potencial de Dios. Uno como el de una bicicleta, otro como el de un carro y otro como el de un avión. Nuestro objetivo es aprovechar ese potencial hasta el máximo. No importa hasta donde llegaste, lo importante es saber que diste todo lo mejor de tí, que explotaste ese potencial que te dio Dios hasta lo máximo. Esto lo comprobamos en la siguiente historia. El Baal Shem Tob en todos los Yom Kipur a la hora de la Neilá (del cierre) se elevaba tanto, que sentía como su tefilá movía como un tren a las tefilot de los que rezaban con él. Una vez vio como la tefilá de alguien que estaba sentado también en su sinagoga, era más aceptada que la suya. Miró a la izquierda y a la derecha y no vio a ningún Rabino, Cabalista, Admur, Tzadik, alrededor suyo. Bajó de la tevá, se fue a su cuarto y empezó a concentrarse para pedirle a Dios que le mostrara quién era ese hombre tan especial, hasta que Dios le dio una señal. Era un joven, pastor, muy sencillo, quien nunca antes tuvo la oportunidad de hacerlo. No sabía leer, ni escribir. Solamente se puso a decir el abecedario en una esquina de la sinagoga: alef, bet, guimel… shin, tav, una y otra vez y le dijo a Dios: Por favor Dios, yo no se leer ni escribir, no se rezar, solo te pido que tomes las letras y las acomodes adecuadamente y las consideres como mi rezo. Esta pequeña tefilá es más querida por Dios, que las grandes tefilot hechas por el Baal Shem Tov, quien alcanzó niveles espirituales muy elevados. Muchas veces nos es cómodo pensar que Dios nos dio la fuerza de una bicicleta, que siempre hacemos más de lo que debemos, y que hacer más es imposible, pero la verdad es que nadie conoce sus fuerzas internas. 154 Por ejemplo, si le preguntamos a alguien cuánto tiempo le toma correr 200 metros, nos dirá que le toma 30 segundos. Pero si hacemos la prueba y le ponemos un tigre corriendo detrás de él, veremos que los recorrerá por lo menos en 15 segundos. La diferencia está en que, cuando hay algún factor externo que motiva actuar de manera rápida, allí es cuando uno se da cuenta de cuales son sus fuerzas. Una vez, en la Yeshivá estaban remodelando, tumbaron una pared y las piedras las pusieron en un basurero especial. El rabino de la Yeshivá nos pidió que entre 4 o 5 de nosotros sacáramos la basura a la calle, al lugar donde se ponen los recipientes de basura. Cuando íbamos arrastrando los recipiente de basura y llegamos al basurero, uno de mis compañeros resbaló y por poco le cae el recipiente sobre su pierna, y en ese momento, todos los demás habían retirado sus manos. Mientras mi amigo se reponía de la caída quedé solo soportando la carga. Jamás imaginé que tenía tanta fuerza. Estuve con dolores de espalda durante dos meses. De igual manera que en el cuerpo hay fuerzas ocultas, así también en el alma hay fuerzas ocultas. Tan solo hay que querer sacarlas a la luz, aprovecharlas al máximo, y llegar a ser como Moshé y Aharón. Basta con que queramos y Dios nos proporcionará un cerebro brillante, una buena memoria, una mayor dotación de sabiduría.

    “Que sea la voluntad de Dios que nos ayude a aprovechar nuestras fuerzas, que cada uno llegue a conocer sus potencialidades, y vea cuanto de bueno Dios le ha dado, para servirle diariamente y que nos aumente nuestras fuerzas y potencialidades. Amén.”

    Tomado de las alturas de mi pueblo


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