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    Parashá Pinjas: Zimrí y Kozbí-La reencarnación de Shejem y Diná



    Cuando el pueblo de Israel estaba en el desierto, casi por llegar a la Tierra Santa, Balak, el rey de Moab, temió del pueblo de Israel y con­trató los servicios del brujo Bilam para que maldijera a los hebreos. Bilam, al no lograrlo, dio un con­sejo malvado a Balak diciéndole: “Dios los está protegiendo, pero si lograras mandar jovencitas que los seduzcan y los lleven, por me­dio del deseo carnal, a caer en la idolatría, Dios Mismo los castiga­rá”. Y, efectivamente, eso sucedió. Incluso la princesa Kozbí, hija del gobernador Tzur, tomó parte en la seducción.

    Esta cautivó a uno de los líderes de la tribu de Shimón, llamado Zimrí, hijo de Salú, quien la tomó y, a pesar de ser un hombre muy impor­tante, no aguantó la tentación y, con total descaro, la llevó ante Moshé, expresando su amor en público y posteriormente la llevó a su propia carpa, provocando una gran profa­nación del nombre de Hashem. Pi­nejás, el nieto de Aharón HaCohén, tomó una espada, los atravesó y los alzó en vilo, para luego caminar por todo el campamento hebreo cargan­do con sus cuerpos y demostrando así el castigo para quien realizara semejante acto.
    Mientras todo esto sucedía, mu­chos jóvenes de la tribu de Shimón siguieron el ejemplo de su líder, Zimrí; tomaron jovencitas moabi­tas y, para estar con ellas aceptaron servir al ídolo Baal Peor. Cuando Pinejás mató a Zimrí, una epide­mia mató a los jóvenes shimonitas y la Torá nos aclara que el número exacto de los jóvenes muertos fue de 24 mil.
    Mediante este hecho regresaron a reparar los mencionados arriba. Shejem, que quiso convertirse, re­gresó como judío, con característi­cas de príncipe y de líder como tenía Shejem, y lidereó esta vez, precisa­mente a la tribu de Shimón (quien fue quien lo mató). Diná, que era como una princesa, por ser la única hija de Yaacov Abinu, volvió como la princesa de Midián y, debido a la decisión que tomó en Shejem de no regresar más al núcleo judío, regre­sa esta vez como midianita.

    Ambos deben volver a encontrar­se y no pecar. Kozbí (Diná), por su parte, debería no provocar a Zimrí (Shejem) como lo hizo la vida pa­sada con su salida. Zimrí (Shejem), por su lado, tendría que verla y no perder el control.

    Por otra parte, los 24 mil jóvenes súbditos de Shejem deberían esta vez, como súbditos de Zimrí, de­mostrar que la conversión que hi­cieron era verdadera y no con el fin de tomar hebreas. Y, por supuesto, no caer de nuevo en la idolatría.
    En consecuencia, podemos afirmar que ninguno de ellos reparó. Zimrí y Kozbí volvieron a tener relaciones prohibidas y los jóvenes cayeron de nuevo en la idolatría. Ahora viene un descendiente de Leví, Pinejás, y atraviesa con su espada a Zimrí (Shejem).  A todos ellos se les da una terce­ra y última oportunidad. Shejem y Zimrí reencarnan en Rabí Aki­vá, que al principio de su vida era inculto y se destacaba por el gran odio que sentía por los jajamim. El motivo es que, en su viaje anterior se les enfrentó (cuando Zimrí fue con Kozbí ante Moshé y los sabios) y un gran rabino (Pinejás) lo mató y lo humilló; por tanto, sin saber por qué, sentía odio hacia ellos. Incluso Rabí Akivá dijo en cierta ocasión: “Cuando era joven y veía pasar a un jajam me decía: ‘¿Quién me dará el placer vaanashajenu kajamor —‘y lo morderé como un burro’—?’. Le decían sus alumnos: ‘Será que querías morderlos como un perro y no como un burro’. Y él insistía: ‘Como un burro’”. Expli­can los sabios del sod que la ver­dadera razón de esta frase fue que el origen de Rabí Akivá fue Shejem Ben Jamor (Jamor fue el nombre del padre, pero en hebreo significa también “burro”).

    Rabí Akivá emprende un “camino de regreso a casa” haciendo teshu­vá y convirtiéndose en uno de los jajamim más grandes que tuvo el pueblo de Israel.
    A diferencia de Zimrí, que fue una persona muy grande espiritualmen­te y cayó por una mujer, Rabí Aki­vá, que era inculto y rebelde, alcan­za la cima por una mujer. Y ahora entendemos lo que sucedió con los alumnos de Rabí Akivá, que murie­ron todos en una epidemia y fueron exactamente 24 mil. Ellos eran los mismos 24 mil jóvenes de Shejem y los del desierto, pero esta vez repa­raron convirtiéndose en jajamim, alejados de la idolatría y apegados a la Torá y, por supuesto, sin pensar en relaciones prohibidas.

    Esta vez, el líder de ellos, Rabí Aki­vá, que la vida pasada, como Zim­rí, los llevó al abismo y les provocó perder todo y morir en una epide­mia, en esta vida, como su líder los enaltece y los eleva, y fallecen de la misma forma, pero esta vez ya repa­rando. Éste es el motivo por el que no aparece en los escritos ningún lamento de Rabí Akivá por perder a todos sus alumnos, ya que él sabía que habían logrado su reparación y su perfección. Uno de los motivos por los que hasta hoy guardamos luto en los días del Omer por esos 24 mil jóvenes es para que medite­mos cada uno sobre nuestra misión y velemos por cumplirla, como ellos lo hicieron.

    Pero esto todavía no termina, ya que Shejem y Diná tienen que en­contrarse de nuevo y no pecar. So­bre esto relata la Guemará (Nedarim 50b-Rashí) que Rabí Akivá solía te­ner algunas discusiones con Rufus un gobernador de la zona, el cual siempre quedaba como ignorante ante Rabí Akivá. El gobernador lle­gaba a su casa enojado y su esposa, Rufina (que era la reencarnación de Kozbí - Diná), decidió ayudarle a humillar a Rabí Akivá (la reencar­nación de Zimrí - Shejem) seducir­lo para atraerlo al pecado y, una vez logrado ese objetivo, denunciarlo ante las autoridades rabínicas para que lo excomulguen. Rufus aceptó, a fin de vencer a Rabí Akivá. Cuan­do ella fue con Rabí Akivá, él se fijó en ella, lloró, escupió y rió, lo que le provocó asombro a ella y le preguntó: “Eres un sabio. Explíca­me tu comportamiento”. Contestó Rabí Akivá: “Dos cosas te explica­ré; una no. Lloré por la belleza tan grande que tienes, que terminará siendo comida de gusanos en la tumba”. Es decir, le explicó Rabí Akivá cómo la belleza es una ilu­sión pasajera, tentadora y peligro­sa, y el día de mañana, cuando el cuerpo se convierta en comida de gusanos, el alma subirá para rendir cuentas por sus pecados. Y al escu­pir te quise insinuar que una gota de semen, (simbolizada por la sa­liva), es decir, tener relaciones pro­hibidas contigo no vale la pena por eso perder el Mundo Venidero. “¿Y por qué te reíste?”, ella le preguntó, a lo que él respondió: “Te dije que no te contestaría eso. Algún día te lo diré”.

    Estas palabras penetraron muy pro­fundamente en la mente de Rufina y le hicieron pensar, y al final tomó una decisión muy radical: exigió a Rufus el divorcio y se convirtió al judaísmo; al cabo de unos años, después de que falleciera Rajel, la gran esposa de Rabí Akivá, Rufina se casó con él.
    Con esto volvieron esas dos almas a unirse, pero esta vez con pureza y permiso halájico, reparando así las relaciones prohibidas de am­bos en el pasado. “Ahora entiendes por qué me reí…”
    El final de Rabí Akivá es asombro­so: es detenido por los romanos y condenado a muerte, lo cual se llevó a cabo de una forma muy cruel; lo desollaron con peines de metal mientras gritaba el tex­to del Shemá: “Y amarás a Dios con todo tu corazón y con toda tu alma…”. Los alumnos que es­taban presentes le preguntaron: “¿Cómo logras mantener la fe bajo estas condiciones?”, a lo que respondió: “Toda mi vida deseé santificar con mi muerte el Nom­bre de Dios. Ahora que tengo la oportunidad de hacerlo, ¿no he de aprovecharla?”


    Explican los sabios del sod que el motivo por el que el alma de Rabí Akivá deseara morir santificando el nombre de Dios era para reparar la gran profanación del Nombre de Dios que causó en el viaje pasado como Zimrí, ya que la profanación se repara con la santificación
    Culmina la Guemará relatando (Berajot 61b), que Rabí Akivá pro­nunció una vez más el Shemá y, cuando pronunció la palabra Ejad, falleció; en ese momento escucha­ron los sabios una voz Divina que decía: “Bienaventurado tú, Rabí Akivá, que salió tu alma pronun­ciando la palabra Ejad”. Y la pre­gunta que surge: ¿acaso es tan im­portante morir diciendo Ejad?
    Pero con el dato que les pedí al principio de esta sección que guar­daran, el de las iniciales de los tres conceptos de amor que tuvo She­jem por Diná y que formaban la pa-labra Ejad, ahora Rabí Akivá cierra el círculo que comenzó con Ejad y termina con Ejad.

    Para cerrar esta sección con bro­che de oro, quiero relatarles lo que dice el Midrash (Yalkut Mishlé 9): “Cuando los romanos terminaron de matar a Rabí Akivá, arrojaron su cuerpo a la cárcel. Esa noche se presentó un anciano desconocido al alumno de Rabí Akivá llamado, Rabí Yehoshúa HaGarcí. Después de saludarlo, Rabí Yehoshúa le pre-guntó quién era y le contestó: ‘Soy un cohén. Vine para sacar a Rabí Akivá de la cárcel, y llevarlo a en­terrar’. ‘Pero, señor cohén, las cár­celes están cerradas y protegidas.’ ‘No te preocupes, Dios nos ayuda­rá.’” Al llegar a la cárcel, las puertas estaban abiertas y los guardianes descuidados. El cohén entró y car­gó el cuerpo de Rabí Akivá. Él y el alumno se fueron caminando así hasta la ciudad de Kutzrin, y allá enterraron el cuerpo de Rabí Akivá. Al finalizar, preguntó Rabí Yehos­húa al anciano: “Me dijiste que eras cohén. ¿Acaso no sabes que un co­hén no puede tocar un cadáver por su santidad?” Le contestó el ancia­no: “Basta. No indagues. Y además, este Talmid Jajam no impurifica”. Aclaran nuestros Sabios que ese anciano era Eliahu HaNabí, reen­carnación de Pinejás HaCohén, el cual vino a dar la “medalla de reparación”a Rabí Akivá, es decir, Zimrí, ya que él mismo fue quien lo mató y lo cargó por todo el cam­pamento, humillándolo después de muerto por lo que hizo, pero esta vez volvió a cargarlo para honrarlo con una sepultura digna.

    En este caso vimos un ejemplo de una falla de varios no reparada en su primera reencarnación, también en su segunda fallaron pero en la tercera lo lograron.  Ver anterior

    Tomado del libro el secreto de la reencarnación de Rabino Amram Anidjar.


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