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    PARASHÁ YITRÓ: La Verdadera Torá

    Estas es una de las parashiot más importantes que hay, porque en ella se habla de la entrega de la Torá, uno de los acontecimientos más grandes que le ha ocurrido a Am Israel desde que se formó como pueblo. En ese acontecimiento están basados los pilares de nuestra fe. Muchas personas tienen muchas preguntas acerca de lo que fue la entrega de la Torá. En estas líneas intentaré abarcar todas las preguntas con sus respuestas respectivas, para que así nos  fortalezcamos en nuestra fe y nos cercioremos una vez más de la veracidad de la Torá. Una de las preguntas que más se escucha es: ¿Quién dijo que la Torá es de los cielos, es decir que fue escrita por una fuerza superior y no por un hombre, llamémoslo Moshé o cualquier otro nombre? Hoy en día es muy fácil entender que la Torá no fue escrita por un hombre y para eso traeremos tres pruebas de las muchas más existentes. En la Torá está escrito las señales de un pez Kasher, todo pez que tenga escamas y aletas es Kasher. Si solamente tiene aletas no lo es, pero si tiene escamas es seguro que tiene aletas y por lo tanto sí es Kasher. Hasta el día de hoy, hay pescadores en todo el mundo que a diario pescan millones de peces, incluso los buzos que bajan a grandes profundidades con la ayuda de aparatos sofisticados que los ayudan a soportar la presión, los submarinos que viajan a grandes profundidades de por océanos. Ninguno de estos profesionales expertos ha encontrado un pez con escama que no tenga aletas. Entonces, ¿acaso le era posible a alguien, que vivía hace 3350 años, bucear a grandes profundidades y saber que no existen peces que tengan escamas y no aletas? Además, este es un dato que pondría, de no ser cierto, en peligro la veracidad de la Torá, Moshé Rabenu nos lo dijo en nombre del que creó a todos los peces, y si no fuera cierto, entonces la Torá quedaría como una gran mentira (Dios nos guarde) ante todos nosotros.

    En el Tanaj existen muchas profecías que se llevaron a cabo, una por una, no solo en la Torá, sino también en los profetas y en los escritos. Podemos traer muchas pruebas, pero les diré una de las más palpables para todos nosotros. Está escrito en el Cantar de los Cantares del rey Salomón un versículo que dice: “Hiné Ze Omed Ajar Kotlenu – He aquí que está de pie detrás de nuestro muro” (Shir Hashirim 2:9). Explican los comentaristas, que Dios juró que el muro occidental (El Kotel) jamás será destruido. Eso fue una profecía, claramente. Si analizamos cuántas guerras han pasado frente a ese muro, desde que el rey Salomón lo construyó, nos quedaremos asombrados de la veracidad de esa profecía del Tanaj. Primero, la destrucción del Templo por orden de Tito. Setenta años más tarde Adriano destruye a Jerusalem y construye a Kapitulina. Después vinieron las conquistas del imperio bizantino, de los persas, los musulmanes, las cruzadas, los turcos, ingleses. Guerras a todo dar, revueltas en todos los sentidos, y el muro occidental es indestructible por juramento de Dios. ¿Por qué poner en peligro la veracidad del Tanaj con un dato como este? Si se llegase a caer ese muro, el Tanaj sería visto como una gran falacia (Dios nos guarde). Pero la grandeza radica en que si Dios ordenó escribir eso, entonces Él se preocupará de que eso se lleve a cabo a la perfección. Además de todo lo escrito, existen también ciertas cosas ocultas que recién hace 50 años, Dios nos dio las herramientas necesarias para encontrarlas con mayor facilidad. Los códigos secretos de la Torá nos revelan una gran cantidad de acontecimientos que ya han pasado y los que están por ocurrir, lo mejor de todo, es que se trata de utilizar pero este sistema de los códigos y en otros libros de religiones ajenas al judaísmo y no se demuestra ninguna señal de vida en esos libros, ya que no se obtiene ninguna información de ellos, demostrándose así, nuevamente, la veracidad de la Torá. Todos estas demostraciones citadas acerca de la veracidad de la Torá y de su origen divino, es tan solo una muestra de la gran cantidad de pruebas existentes que atestiguan lo mismo. Aquella persona que esté interesada en el conocimiento de todas estas pruebas, deberá sentarse a estudiarlas con su rabino para que le oriente.

    Otra de las preguntas que se escucha a menudo es: ¿Quién me asegura que la Torá que está en la sinagoga, guardada en el Hejal, es la misma Torá que le dio Dios a Moshé en el monte Sinai?  ¿Quién me asegura, que una vez transcurridos 3350 años desde su entrega, no se ha aumentado o disminuido de ella? La respuesta es muy sencilla. Moshé escribió 13 Sifré Torá, y los repartió, uno a cada tribu, y el treceavo lo guardó en el Arca Sagrada. Cada tribu que recibió un Sefer Torá de Moshé, reescribió otros más, para repartirlos a cada uno de los componentes de ella. A lo largo de la historia ha habido muchos escribas que han reescrito también sus propios Sifré Torá. Posteriormente, en la diáspora, cada judío se llevó su Sefer Torá, a su ciudad o a su aldea. Además, en las diásporas se siguieron rescribiendo Sifré Torá por más de dos mil años. Lo más interesante de todo, ocurrió hace 55 años, cuando volvieron muchos judíos de distintos puntos del planeta, a Ertez Israel. Se sentaron todos los representantes espirituales de cada comunidad, que estaban esparcidas por el mundo, y compararon sus costumbres y sus Sifré Torá. Satisfactoriamente, no había ningún cambio en los diferentes Sifré Torá expuestos. Eran exactamente iguales, tanto el Sefer traído de Rusia, como el del Yemen, como el de Marruecos, como el de Polonia. Pero si dijéramos que tal vez a alguien se le ocurrió cambiar una oración de la Torá, sería totalmente ilógico decirlo, ya que si fuera así, esa persona tendría que haber ido a su sinagoga primeramente a cambiar esa oración, después a las sinagogas de su ciudad, después a todas las sinagogas de su país, y después a las sinagogas de todos los países del planeta, para lograr cambiar una oración y así mantener esa exactitud encontrada, apenas hace 55 años, entre todos los Sifré Torá del mundo. Es seguro que nadie lo pudo hacer por las grandes distancias que había entre todas las comunidades existentes, y además, ¿quién se lo iba a permitir? Por eso nosotros sabemos que la Torá que preservamos en nuestras sinagogas es la misma Torá recibida por Moshé Rabenu en el monte Sinaí. Hasta ahora hemos visto la veracidad de la Torá, que su origen es exclusivamente divino y que no ha sido alterada desde su entrega a Moshé Rabenu. Nuestro objetivo es mantener la Torá tal y como la hemos recibido y de igual manera que nunca ha sido cambiada, así jamás debemos permitir que otros la cambien. Para eso, debemos acordarnos de que la Torá ha sido comparada a una clave secreta de una caja fuerte y que en el momento en que falte un solo número, la caja no abre. Así también la Torá, en el  momento en que le falte una parte o que sea cambiada, entonces ya no funcionará. El problema por el que atravesamos nosotros, hoy en día, es que hay un grupo de personas que piensa que en la Torá hay algunos conceptos que son inaplicables, inentendibles o un poco duros para nuestra generación y por eso deciden omitir esas partes, no las enseñan o sencillamente deciden quitarlas del todo. Por eso nuestros sabios nos relataron una historia que sucedió con el rey Salomón. Al finalizar la construcción del Templo y de su Arca Sagrada, los obreros se dieron cuenta de que el Arca Sagrada era mucho más grande que las puertas del Templo. Fueron a preguntarle al rey Salomón: ¿Qué se debería hacer, disminuir el tamaño del Arca o agrandar las puertas del Templo? La respuesta fue muy sencilla: aumentar el tamaño de las puertas para que pudiera pasar el Arca que contenía la Torá. De aquí nos enseñaron nuestros sabios que nunca podemos disminuir o cortar partes de la Torá, para que nuestro entendimiento la capte, sino que debemos esforzarnos y, con la ayuda de Dios, la captaremos toda. En esto radica la diferencia entre nosotros y los reformistas. Ellos opinan que hay que disminuir el tamaño del Arca para que pase por las puertas de su entendimiento. Nosotros pensamos al revés, que hay que aumentar nuestro entendimiento para que la Torá en su totalidad sea estudiada y observada. Causalmente, esa es la misma diferencia que hay entre nosotros y los cristianos. Supongamos que Moshé Rabenu y Jesús, resuciten ahora mismo. Jesús va a las iglesias para ver a sus seguidores y les dice: Yo fui circuncidado ¿ustedes lo son? Yo cuidé el Shabat ¿ustedes lo cuidan? Le responderán los curas que no cuidan Shabat porque lo cambiaron a domingo. Jesús les pregunta: Yo cuidé Pesaj ¿ustedes lo cuidan? No, lo cambiamos por semana santa. Yo prendía una Janukiá ¿y ustedes? Nosotros prendemos el arbolito de navidad. Y así, sucesivamente, se darán cuenta de que no hay relación entre su comportamiento y el de su líder. Sin embargo, Moshé Rabenu, si viene a preguntarnos, se dará cuenta de que nosotros cuidamos el mismo Shabat que él cuidó, comemos la misma Matzá que él comió, nos ponemos los mismos tefilín que él se ponía y así sucesivamente con todas las mitzvot, se dará cuenta de que las cumplimos y las estudiamos tal y como él las enseñó a sus alumnos en el desierto. Es nuestra obligación enseñarles la Torá a nuestros hijos y nietos. Aún cuando las puertas del entendimiento se hagan cada vez más estrechas, debemos esforzarnos en mantener a la Torá como es, ensanchando las puertas, porque si empezamos a recortar a la Torá, finalmente no quedará nada de ella. Sería como arreglar algunos detalles en un cuadro de Picasso, que vale un millón de dólares. Si lo arreglas, el cuadro no vale ni siquiera un dólar. No podemos concluir sin contar la anécdota de los sabios de Jelem, que de sabios no tenían nada. Estos “sabios” decidieron construir una ciudad nueva en un lugar apartado, pero había el inconveniente de que en ese lugar había una montaña atravesada que impedía la construcción de la ciudad. Los líderes de Jelem decidieron, que un grupo de hombres debería empujar la montaña, para así poder empezar las obras. Varios hombres se quitaron sus camisas, las dejaron en el piso y empezaron a empujar. Llego un ladrón, agarró todas las camisas y se escapó. Al transcurrir una hora, el líder giró su cabeza y gritó: ¡Alto, paren de empujar! ¡Nos alejamos tanto, que ya ni veo nuestras camisas! Nuestros sabios nos contaron esta parábola, para enseñarnos que la montaña se asemeja a la Torá. Muchas veces pensamos que podemos apartarla, alejarla, y así vivir mejor con más comodidades. La verdad es que la montaña no se mueve, y si piensas que se movió es porque te robaron tu camisa judía, tu identidad, tus mitzvot, tu judaísmo bonito. Y si llegas a pensar que la montaña se puede mover, que la Torá es más fácil y menos estricta que antes, no es correcto; la Torá fue, es y será igual siempre. Lo único es que debemos es aprender a vivir alrededor de la montaña.

    “Que sea la voluntad de Dios que nos ayude a conservar la Torá completamente, y transmitirla como es, a nuestros hijos y nietos, tal y como nos la transmitió Moshé Rabenu, hasta el final de las generaciones. Amén.”

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