PARASHÁ YITRÓ: La Verdadera Torá
En el Tanaj existen muchas profecías que se llevaron a cabo, una por una,
no solo en la Torá, sino también en los profetas y en los escritos. Podemos
traer muchas pruebas, pero les diré una de las más palpables para todos
nosotros. Está escrito en el Cantar de los Cantares del rey Salomón un
versículo que dice: “Hiné Ze Omed Ajar Kotlenu – He aquí que está de pie detrás
de nuestro muro” (Shir Hashirim 2:9). Explican los comentaristas, que Dios juró
que el muro occidental (El Kotel) jamás será destruido. Eso fue una profecía,
claramente. Si analizamos cuántas guerras han pasado frente a ese muro, desde
que el rey Salomón lo construyó, nos quedaremos asombrados de la veracidad de
esa profecía del Tanaj. Primero, la destrucción del Templo por orden de Tito. Setenta
años más tarde Adriano destruye a Jerusalem y construye a Kapitulina. Después
vinieron las conquistas del imperio bizantino, de los persas, los musulmanes,
las cruzadas, los turcos, ingleses. Guerras a todo dar, revueltas en todos los
sentidos, y el muro occidental es indestructible por juramento de Dios. ¿Por
qué poner en peligro la veracidad del Tanaj con un dato como este? Si se llegase
a caer ese muro, el Tanaj sería visto como una gran falacia (Dios nos guarde).
Pero la grandeza radica en que si Dios ordenó escribir eso, entonces Él se
preocupará de que eso se lleve a cabo a la perfección. Además de todo lo
escrito, existen también ciertas cosas ocultas que recién hace 50 años, Dios
nos dio las herramientas necesarias para encontrarlas con mayor facilidad. Los
códigos secretos de la Torá nos revelan una gran cantidad de acontecimientos
que ya han pasado y los que están por ocurrir, lo mejor de todo, es que se
trata de utilizar pero este sistema de los códigos y en otros libros de religiones
ajenas al judaísmo y no se demuestra ninguna señal de vida en esos libros, ya
que no se obtiene ninguna información de ellos, demostrándose así, nuevamente,
la veracidad de la Torá. Todos estas demostraciones citadas acerca de la
veracidad de la Torá y de su origen divino, es tan solo una muestra de la gran cantidad
de pruebas existentes que atestiguan lo mismo. Aquella persona que esté
interesada en el conocimiento de todas estas pruebas, deberá sentarse a
estudiarlas con su rabino para que le oriente.
Otra de las preguntas que se escucha a menudo es: ¿Quién me asegura que la
Torá que está en la sinagoga, guardada en el Hejal, es la misma Torá que le dio
Dios a Moshé en el monte Sinai? ¿Quién
me asegura, que una vez transcurridos 3350 años desde su entrega, no se ha
aumentado o disminuido de ella? La respuesta es muy sencilla. Moshé escribió 13
Sifré Torá, y los repartió, uno a cada tribu, y el treceavo lo guardó en el
Arca Sagrada. Cada tribu que recibió un Sefer Torá de Moshé, reescribió otros
más, para repartirlos a cada uno de los componentes de ella. A lo largo de la
historia ha habido muchos escribas que han reescrito también sus propios Sifré
Torá. Posteriormente, en la diáspora, cada judío se llevó su Sefer Torá, a su
ciudad o a su aldea. Además, en las diásporas se siguieron rescribiendo Sifré
Torá por más de dos mil años. Lo más interesante de todo, ocurrió hace 55 años,
cuando volvieron muchos judíos de distintos puntos del planeta, a Ertez Israel.
Se sentaron todos los representantes espirituales de cada comunidad, que estaban
esparcidas por el mundo, y compararon sus costumbres y sus Sifré Torá.
Satisfactoriamente, no había ningún cambio en los diferentes Sifré Torá
expuestos. Eran exactamente iguales, tanto el Sefer traído de Rusia, como el
del Yemen, como el de Marruecos, como el de Polonia. Pero si dijéramos que tal
vez a alguien se le ocurrió cambiar una oración de la Torá, sería totalmente
ilógico decirlo, ya que si fuera así, esa persona tendría que haber ido a su
sinagoga primeramente a cambiar esa oración, después a las sinagogas de su
ciudad, después a todas las sinagogas de su país, y después a las sinagogas de
todos los países del planeta, para lograr cambiar una oración y así mantener
esa exactitud encontrada, apenas hace 55 años, entre todos los Sifré Torá del
mundo. Es seguro que nadie lo pudo hacer por las grandes distancias que había
entre todas las comunidades existentes, y además, ¿quién se lo iba a permitir? Por
eso nosotros sabemos que la Torá que preservamos en nuestras sinagogas es la
misma Torá recibida por Moshé Rabenu en el monte Sinaí. Hasta ahora hemos visto
la veracidad de la Torá, que su origen es exclusivamente divino y que no ha
sido alterada desde su entrega a Moshé Rabenu. Nuestro objetivo es mantener la
Torá tal y como la hemos recibido y de igual manera que nunca ha sido cambiada,
así jamás debemos permitir que otros la cambien. Para eso, debemos acordarnos
de que la Torá ha sido comparada a una clave secreta de una caja fuerte y que
en el momento en que falte un solo número, la caja no abre. Así también la
Torá, en el momento en que le falte una
parte o que sea cambiada, entonces ya no funcionará. El problema por el que
atravesamos nosotros, hoy en día, es que hay un grupo de personas que piensa
que en la Torá hay algunos conceptos que son inaplicables, inentendibles o un
poco duros para nuestra generación y por eso deciden omitir esas partes, no las
enseñan o sencillamente deciden quitarlas del todo. Por eso nuestros sabios nos
relataron una historia que sucedió con el rey Salomón. Al finalizar la
construcción del Templo y de su Arca Sagrada, los obreros se dieron cuenta de
que el Arca Sagrada era mucho más grande que las puertas del Templo. Fueron a preguntarle
al rey Salomón: ¿Qué se debería hacer, disminuir el tamaño del Arca o agrandar
las puertas del Templo? La respuesta fue muy sencilla: aumentar el tamaño de
las puertas para que pudiera pasar el Arca que contenía la Torá. De aquí nos
enseñaron nuestros sabios que nunca podemos disminuir o cortar partes de la
Torá, para que nuestro entendimiento la capte, sino que debemos esforzarnos y,
con la ayuda de Dios, la captaremos toda. En esto radica la diferencia entre
nosotros y los reformistas. Ellos opinan que hay que disminuir el tamaño del
Arca para que pase por las puertas de su entendimiento. Nosotros pensamos al revés,
que hay que aumentar nuestro entendimiento para que la Torá en su totalidad sea
estudiada y observada. Causalmente, esa es la misma diferencia que hay entre
nosotros y los cristianos. Supongamos que Moshé Rabenu y Jesús, resuciten ahora
mismo. Jesús va a las iglesias para ver a sus seguidores y les dice: Yo fui
circuncidado ¿ustedes lo son? Yo cuidé el Shabat ¿ustedes lo cuidan? Le
responderán los curas que no cuidan Shabat porque lo cambiaron a domingo. Jesús
les pregunta: Yo cuidé Pesaj ¿ustedes lo cuidan? No, lo cambiamos por semana
santa. Yo prendía una Janukiá ¿y ustedes? Nosotros prendemos el arbolito de navidad.
Y así, sucesivamente, se darán cuenta de que no hay relación entre su
comportamiento y el de su líder. Sin embargo, Moshé Rabenu, si viene a
preguntarnos, se dará cuenta de que nosotros cuidamos el mismo Shabat que él
cuidó, comemos la misma Matzá que él comió, nos ponemos los mismos tefilín que
él se ponía y así sucesivamente con todas las mitzvot, se dará cuenta de que
las cumplimos y las estudiamos tal y como él las enseñó a sus alumnos en el
desierto. Es nuestra obligación enseñarles la Torá a nuestros hijos y nietos.
Aún cuando las puertas del entendimiento se hagan cada vez más estrechas,
debemos esforzarnos en mantener a la Torá como es, ensanchando las puertas,
porque si empezamos a recortar a la Torá, finalmente no quedará nada de ella. Sería
como arreglar algunos detalles en un cuadro de Picasso, que vale un millón de
dólares. Si lo arreglas, el cuadro no vale ni siquiera un dólar. No podemos
concluir sin contar la anécdota de los sabios de Jelem, que de sabios no tenían
nada. Estos “sabios” decidieron construir una ciudad nueva en un lugar apartado,
pero había el inconveniente de que en ese lugar había una montaña atravesada que
impedía la construcción de la ciudad. Los líderes de Jelem decidieron, que un
grupo de hombres debería empujar la montaña, para así poder empezar las obras.
Varios hombres se quitaron sus camisas, las dejaron en el piso y empezaron a
empujar. Llego un ladrón, agarró todas las camisas y se escapó. Al transcurrir
una hora, el líder giró su cabeza y gritó: ¡Alto, paren de empujar! ¡Nos alejamos
tanto, que ya ni veo nuestras camisas! Nuestros sabios nos contaron esta
parábola, para enseñarnos que la montaña se asemeja a la Torá. Muchas veces
pensamos que podemos apartarla, alejarla, y así vivir mejor con más comodidades.
La verdad es que la montaña no se mueve, y si piensas que se movió es porque te
robaron tu camisa judía, tu identidad, tus mitzvot, tu judaísmo bonito. Y si
llegas a pensar que la montaña se puede mover, que la Torá es más fácil y menos
estricta que antes, no es correcto; la Torá fue, es y será igual siempre. Lo
único es que debemos es aprender a vivir alrededor de la montaña.
“Que sea la voluntad de Dios que nos ayude a conservar la Torá completamente,
y transmitirla como es, a nuestros hijos y nietos, tal y como nos la transmitió
Moshé Rabenu, hasta el final de las generaciones. Amén.”