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    ¿Cómo vivir una vida con sentido?



    Comienza por tener “claridad de cinco dedos”.
    por Rav Shalom Denbo
     Adaptado de: “7 Traits: How to Change Your World”

    “Nuestras dudas son traidoras y nos hacen perder lo bueno que por lo general podríamos ganar, mediante el miedo de intentarlo” (William Shakespeare).
    ¿Cuántos dedos tienes en tu mano? Cinco.
    Saber la respuesta a cualquier pregunta con ese nivel de claridad se llama “claridad de cinco dedos”. Ese es el tipo de claridad que necesitamos cuando abordamos una tarea tan grande como cambiar el mundo. Una tarea así requiere una clara visión sobre qué es lo que queremos lograr y por qué queremos lograrlo. También requiere un plan detallado sobre cómo llegar allí.
    A primera vista, esto puede parecer obvio. Sin embargo, suele ser más fácil decirlo que hacerlo. Para demostrar esto, intentemos una segunda pregunta:

    Di lo primero que se te ocurra: ¿Cuáles son las tres lecciones más importantes que has aprendido sobre la vida? Para cuando llegamos a nuestra adultez, la mayoría de nosotros debiera poder responder esta pregunta sin mucha dificultad.
    Si la respuesta no se te ocurrió tan fácilmente, la razón es falta de claridad.
    Los Padres Fundadores de Estados Unidos tenían claridad. En 1775, Patrick Henry declaró: “¡Denme libertad o denme muerte!”. Esa es una enorme declaración de claridad de convicción.
    Rav Noaj Weinberg zt”l, mi maestro y fundador de Aish HaTorá, tomó prestada esa cita y declaro: “¡Denme claridad o denme muerte!”.
    Sin claridad no podemos tener esperanza de alcanzar lo máximo que la vida tiene para ofrecer. Imagínate la frustración de intentar armar un puzzle de 500 piezas sin una fotografía en la portada. Sin esa imagen, las piezas del puzzle son un revoltijo caótico.

    Potencial completo
    Vivimos en una época en la que una distracción tras otra nos aleja de alcanzar claridad. Nuestros sentidos son bombardeados desde todos lados, sin descanso. Rara vez tenemos un momento para detenernos y pensar. Desde el momento en que abrimos nuestros ojos hasta que nuestra cabeza reposa en la almohada por la noche, nos movemos de una cosa a otra. Día tras día repetimos la misma rutina.
    Es raro el momento en que nos permitimos el simple lujo de pensar y contemplar. Donde sea que volteemos, podemos entretenernos con la radio en el auto, la televisión en casa, o bien con internet y nuestros smartphonesen todos lados. Esta tendencia no parece decrecer por lo pronto.
    Los estudios muestran que, aunque ser hábil con la tecnología provee una mayor habilidad de hacer varias cosas al mismo tiempo, la calidad de cada tarea que realizamos está disminuyendo. La consecuencia de todo este estimulo adicional es que nos enfocamos cada vez menos en separar tiempo —sin distracciones— solamente para pensar.
    No solamente hay confusión y falta de claridad, sino que estamos consumidos por una molestosa y constante sensación de duda. Sufrimos tanto de duda interna como externa. Internamente, luchamos con una angustia existencial y ansiedad que resulta de nuestro deseo innato de grandeza. Sabemos que poseemos las capacidades intelectuales y emocionales para crecer y lograr cosas grandiosas en este mundo.
    Por un lado, este inmenso potencial es la fuente de nuestra felicidad y realización. Por otro lado, estar conscientes de que nuestros talentos y regalos no están siendo utilizados a su máxima capacidad genera un vacío que sentimos en la médula de nuestros huesos.
    Esta conciencia puede abrumarnos con el pensamiento de que quizás nunca alcanzaremos nuestro máximo potencial. Este miedo, junto con el impredecible futuro, crea una constante sensación de confusión emocional.
    Aunque es posible que no siempre estemos conscientes de este miedo interno, reside dentro de nosotros y devora nuestra autoconfianza. Nos llenamos de pensamiento negativos y desechamos cualquier noción de lograr algo con frases como “es imposible”, “no va a funcionar” o “alguien ya lo intentó y falló”.
    Externamente, el miedo y la duda nos afligen cuando nos confrontamos con el pesimismo tan prevalente en la sociedad moderna. No faltan los cínicos que intentan convencernos de que no podemos lograr nada significativo. Ellos desechan nuestros sueños como “excéntricos” o simplemente como “tonterías de juventud”, y nosotros nos permitimos creer que tienen razón.
    Esta incertidumbre e inseguridad ha engendrado una actitud de pesimismo tan generalizada que el mundo ha llegado a llamarla simplemente “ser realista”.

    Necesitamos un propósito
    Con tanta duda, no es de extrañar que nos falte claridad en las áreas más cruciales de la vida. Así que empecemos por lo básico: una de las necesidades más básicas de todo ser humano es saber que la vida tiene un propósito y sentido. Vemos esto en el recuento escrito de la Torá sobre la historia de la creación:
    El posicionamiento de Adam en el Gan Edén se repite dos veces. En el hebreo original, se usan dos palabras diferentes para describir cada vez que Adam fue puesto es en jardín. En la primera versión (Génesis 2:8), el hebreo implica un posicionamiento casual y temporal. La segunda versión (Génesis 2:15) le da a Adam su propósito y por ende su permanencia. Sin ese sentido de propósito, el hombre no estaba tranquilo en el jardín y era como si no perteneciera allí.
    Sin sentido y propósito en nuestra vida, nos sentimos perdidos, como si estuviéramos errantes sin rumbo a través de la existencia. Lamentablemente, una de las preguntas más comunes que hacen las personas que contemplan el suicidio es: ¿por qué debería esforzarme para seguir viviendo? La necesidad de sentido y propósito en la vida es tan grande que sin ellos el dolor de la vida es casi insoportable. Friedrich Nietzsche dijo, “Aquel que tiene un porqué vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.
    Es tan crucial tener sentido que a menudo creamos ‘fuentes arbitrarias de sentido’. Es por eso que el Rav Moshé Jaim Lutzatto (Italia Siglo XVII) escribió en su clásico tratado filosófico, El camino de los justos, que “el fundamento de la vida para una persona es tener claridad de por qué está viviendo”.


    ¿Para qué estoy viviendo?
    La pregunta más poderosa que podemos hacernos es: “¿Para qué estoy viviendo?”. Esta es sin duda la pregunta más crucial que una persona puede hacerse. A pesar de que nuestras prioridades pueden cambiar a medida que avanzamos en la vida, ser capaces de responder esta pregunta es la base de nuestra vida y debiera mantenerse como una constante.
    Un poderoso ejercicio para obtener claridad es hacer una lista de nuestros valores. Haz una lista de los valores que te parecen verdaderos. Después de hacer la lista, pasa por cada uno de ellos y analiza por qué crees que ese valor es verdadero. Continuando con nuestra ilustración inicial, ¿puedes demostrar que tal o cual valor es verdadero de la misma manera en que puedes demostrar que tienes cinco dedos? ¿Cómo llegaste a entender eso? ¿Simplemente deseas que sea verdad y por lo tanto tienes fe en que es así? ¿O quizás la sociedad te ha influenciado para adoptar esta convicción?
    Una vez que tienes claridad sobre todos tus valores principales, puedes comenzar a crear tu declaración de misión de vida. Al igual que tener una declaración de misión es crucial para el éxito de una compañía, cada persona debe tener una declaración de misión en la forma de una clara, concisa y articulada frase que resuma el propósito de su vida.

    ¿Por qué vale la pena morir?
    Si realmente queremos entender quiénes somos y cuál es el propósito de nuestra vida, tenemos que saber por qué queremos vivir. Para entender verdaderamente por qué estamos viviendo, lo único que tenemos que hacer es hacernos otra simple —pero profunda— pregunta: ¿Por qué estoy dispuesto a morir?
    Si hay una cosa que nuestros padres nos enseñaron —incluso si lo hicieron sin querer— es que hay algo por lo que vale la pena morir. Cada uno de nosotros sabe muy bien que, si traemos un niño al mundo, ese niño algún día morirá. Esperemos que eso sea después de una larga vida, pero la muerte es una consecuencia inevitable de la vida y, sin embargo, aún así nuestros padres escogieron traernos al mundo. Debe ser que hay algún aspecto de la vida por el cual vale la pena morir.
    Ahora que nos han dado vida, debemos efectivamente escoger vivirla. Hay un viejo proverbio que dice: “Todos mueren, pero no todos viven”. Para vivir debemos ser capaces de determinar la diferencia entre simplemente existir y vivir verdaderamente. Simplemente existir significa pasar por la vida intentando maximizar nuestra comodidad y mantener la autocomplacencia. Usualmente esto viene a expensas del sentido y la grandeza. Por otro lado, vivir verdaderamente significa decidir escoger activamente el sentido y la grandeza. Esto también viene con un precio; el precio es renunciar a la comodidad y la autocomplacencia.

    ¿Por qué no solamente existir? ¡Si tan sólo fuera así de fácil! El propósito de la vida humana no es solamente existir. Todos entienden que es mejor vivir luchando por una causa valiosa que vivir por nada, desperdiciando los años.
    Cuando Abraham, el patriarca del pueblo judío y padre del monoteísmo, se dio cuenta de que el entendimiento pagano del mundo no tenía valor, intentó esclarecer a aquellos a su alrededor. En esa época, el líder del “mundo civilizado” era el malvado Rey Nimrod. Temiendo que las visiones radicales de Abraham pudieran llevar a una revolución, Nimrod intentó aplastar a Abraham y sus ideas antes de que se esparcieran. Nimrod arrestó a Abraham y le dio un ultimátum: O te inclinas ante el “dios del fuego”, o serás lanzado a un horno ardiente. Abraham intentó sin éxito convencer a Nimrod de abandonar su forma de ver el mundo, y escogió no inclinarse.
    Inclinarse habría significado admitir la derrota, lo cual sería el equivalente a aceptar la noción de un mundo con muchos dioses. Por lo que Abraham se rehusó. Nimrod tiró a Abraham al horno, pero ocurrió un milagro y Abraham se salvó finalmente de las llamas. Abraham había hecho una elección: decidió que sería mejor morir defendiendo sus valores que vivir una mentira.
    Descubre por qué estarías dispuesto a morir. Eso en sí mismo es un estado de conciencia sumamente profundo. Pero no te detengas ahí. Una vez que entiendas por qué estarías dispuesto a morir, averigua cómo vivir por eso. Los mismos valores por los cuales estarías dispuesto a morir deberían ser el foco y el propósito de tu vida. Esa es tu declaración de misión.

    Herramientas para alcanzar una “claridad de cinco dedos”
    Haz una lista de las tres lecciones más importantes que has aprendido sobre la vida.
    Haz una lista de valores que son parte integral de tu vida y defínelos.
    Escribe tu propia declaración de misión de vida preguntándote, “¿Por qué estoy dispuesto a morir?”.
    Planifica metas de vida para el próximo año, 5 años, 10 años.
    Hazte cada día las siguientes tres preguntas:
    ¿Qué hice hoy que me acercó a mi misión de vida?
    ¿Qué hice hoy que me alejó de esa misión?
    ¿Qué haré mañana para asegurarme de realizar más cosas que me acercan y dejar de hacer cosas que me alejan?
    Tomado de aish latino

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