Entiende que es realmente la Fé (Emuná)
A primera vista, podría parecer
que los Jajamim (sabios) suelen emplear este término con el sentido de ‘creencia’ —como se usa popularmente—, lo que
equivaldría a algo sin fundamentos lógicos, un conocimiento menos seguro y
estable de lo que cualquier hipótesis científica podría comprobar. Bien
podríamos sostener que la emuná, según esta interpretación, es de orden
netamente subjetivo-emocional. Y eso es lo que induce a muchos al error, al
punto de no faltar quienes incluso argumentan:
“Tú eres creyente, pero yo no; tú
eres quien está obligado a someterse a una voluntad externa y a renunciar a tu
libertad, no yo...”. Intentar traducir el concepto de emunáh como “creencia”
es, por lo tanto, un error mayúsculo que se origina en la influencia de otras
religiones.
En lo que concierne a este punto,
es fundamental evitar toda confusión. No estamos aquí cuestionando que “creer”
en Dios sea una de las metas de la educación que inculcarnos a nuestros hijos.
Sin embargo, para implantar en ellos una fe judía genuina —y no una simple
creencia impulsiva— debernos también explicarles la profundidad inherente a esta
emunáh. Esto dalugar a una pregunta obvia: si en verdad es algo si tan
fundamental, ¿por qué el pueblo judío no educa q a sus niños implantando en
ellos esa profundidad? Sencillamente porque un niño no puede asimilar este
entendimiento. Para este cometido, el único y recurso del que disponemos es el
de comunicarle e esta “creencia”, y aguardar esperanzados a que su desarrollo
intelectual lo encamine hacia la comprensión básica y racional del concepto.
Una vez que llegue a la adolescencia, mientras continúe estudiando y creciendo,
aprenderá a exigirse hasta los límites
de sus capacidades intelectuales, e irá descubriendo que todo lo que va
asimilando racionalmente es apenas el comienzo, y que, en definitiva, Dios es
inconcebible. De hecho, ésta es la “definición” de Dios. El adolescente,
mientras prosiga sus estudios de Torá, acabará comprendiendo la creencia
recibida de sus padres, reparará en sus detalles, la analizará, la ponderarás y
la dejará “dar vueltas” en su cabeza, hasta que por fin se dará cuenta de que
ha alcanzado el límite de su capacidad intelectual. Sólo entonces estará en
condiciones de “hacer uso” de la emuná. ¿Cómo? Permaneciendo inmóvil en ese
punto del conocimiento que ha adquirido aferrándose a aquello de lo que está
seguro: eso es emunáh.
Por ejemplo cualquier cirujano de
tórax que durante sus años de práctica haya visto numerosos pulmones sanos de
color rojo, y también otros tantos grises rígidos y frágiles, sabe y está
intelectualmente convencido de que fumar es dañino para la salud, por ser una
de las principales causas del cáncer y del enfisema pulmonar. Sin embargo, no
es tan raro ver salir del quirófano a algunos de esos expertos para ir a
fumarse plácidamente un cigarrillo. A simple vista, cualquiera se ve tentado a
calificar este comportamiento de “poco serio”. Sin embargo, en el Judaísmo
identificamos la actitud de ese cirujano como falta de emuná: no ha alcanzado
el nivel en el que su sabiduría haya dictado su comportamiento por completo. Es
decir, no es fiel a su conocimiento.
Esta misma idea se puede aplicar
al asunto que nos ocupa. Todos saben, conscientemente o no, que así como existe
un mundo físico, también existe un plano espiritual. Quizá, la persona a la que
nos referimos en uno de los ejemplos anteriores —la que se niega a vivir según
los dictados de la religión porque no “cree”— sea capaz de ir más lejos y
declararse atea, a pesar de que en su interior sepa la verdad. Un neumólogo
puede saber mejor que nadie lo dañino que es el cigarrillo y, sin embargo,
fumar como si lo ignorara. Lo mismo pasa con el judío: puede ser consciente de
la verdad y aun así, comportarse como si la desconociera. En el judaísmo, a eso
se le denomina “falta de emuná”. Más que fe o creencia, emuná significa
‘confianza’. Al igual que sólo le prestaremos dinero a una persona de
confianza, alguien que nos transmite la seguridad de que no se “moverá” de su
posición y de que, aunque se viera en dificultades, nos acabaría devolviendo la
suma que recibió, similarmente, la palabra emuná indica que aquel que la posee,
en el grado que sea, sabe que existe un Creador. Independientemente de lo que
ocurra, o aunque los eventos parezcan contradecir sus conocimientos o planes,
esa persona avanzará imperturbable en el camino que Dios dispuso para ella. La
emuná del hombre judío, en este caso, se manifiesta cuando su conducta responde
a ese conocimiento, del que no se moverá ni un ápice aunque todos los huracanes
del mundo le pasen encima. Eso no quita que tal vez se haga preguntas; sin
embargo, quien tiene emuná sabe que no tiene respuestas para todo, no las
necesita: ¡Eso es un judío!
Tomado de la introducción al
Tratado de Berajot del Talmud, edición Tashemá